Las Medias Rojas
por Emilia Pardo Bazán
Cuando la razapa entró, cargada con el haz de leña que acababa de me rodear en el monte
del señor amo, el tío Clodio no levantó la cabeza, entregado a la ocupación de picar un
cigarro, sirviéndose, en vez de navaja,...
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Las Medias Rojas
por Emilia Pardo Bazán
Cuando la razapa entró, cargada con el haz de leña que acababa de me rodear en el monte
del señor amo, el tío Clodio no levantó la cabeza, entregado a la ocupación de picar un
cigarro, sirviéndose, en vez de navaja, de una uña córnea, color de ámbar oscuro, porque
la había tostado el fuego de las apuradas colillas.
Ildara soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la moda «de las señoritas» y
revuelto por los enganchones de las ramillas que se agarraban a él.
Después, con la
lentitud de las faenas aldeanas, preparó el fuego, lo prendió, desgarró las berzas, las echó
en el pote negro, en compañía de unas patatas mal troceadas y de unas judías asaz secas,
de la cosecha anterior, sin remojar.
Al cabo de estas operaciones, tenía el tío Clodio liado
su cigarrillo, y lo chupaba desgarbadamente, haciendo en los carrillo dos hoyos como
sumideros, grises, entre el azuloso de la descuidada barba
Sin duda la leña estaba húmeda de tanto llov
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